Boris Spassky

¿Por qué rechazó Spassky la oferta de protagonizar una película sobre Las doce sillas? Porque no le gustaba que uno de los personajes, supuestamente un mariscal de la nobleza, fuese ridiculizado. Aquí tenemos una muestra de lo que llamo humor unilateral. Spassky podía imitar o caricaturizar a colegas suyos o a personajes políticos como Lenin, pero su humor paródico no sabe reírse de sí mismo, como Tal, por ejemplo: ese tipo de ironía le es extraño. En cualquier caso es sorprendente que trascienda lo que no pasa de ser una novela satírica, en la que los autores se burlan de todo el mundo. Ilf y Petrov no son para mí, dijo.

La entrevista que el excampeón mundial concedió a New in Chess, en 1988, contiene algunas declaraciones muy interesantes.

−¿Qué privilegios concretos perdió usted tras el match con Fischer?

−Después del match, el Comité de Deportes canceló mi derecho a elegir respecto a competiciones internacionales. Fui invitado a numerosos torneos y necesitaba jugarlos desde un punto de vista psicológico. Estaba ansioso por vengarme y tenía la fuerza para hacerlo, pero ellos me bloquearon durante nueve meses. Caí en una depresión que duró más de un año. A consecuencia de esa actitud hacia mí, comencé a luchar contra el sistema político. Si un jugador profesional de ajedrez no puede participar en torneos del extranjero, está perdido. Hubiera tenido que cambiar de profesión. No me convertí en disidente intencionadamente. Porque era un disidente, mientras que Korchnoi no. Por entonces Korchnoi era el típico colaborador, un oportunista. El Comité de Deportes jugaba con él una partida especial. Le perdonaban cosas, parte de sus pecados, alguna de sus entrevistas. Mi situación, en cambio, era muy crítica y no tuve acceso a torneos internacionales. DJtG, NIC 1988/7.

Pero Boris encontró la fuerza de ánimo suficiente, unos meses después, para tomar parte en el 41er. Campeonato de la URSS que, como ya hemos visto, ganó brillantemente. Y era nada menos que una de las ediciones más fuertes de su historia, superando a Karpov, Petrosian, Polugaievsky y Korchnoi… Tal finalizó 12º, Smyslov 18º…

Tres años más tarde, las autoridades soviéticas le concedieron un visado especial para entrar y salir del país a discreción. El excampeón se había casado con una ciudadana francesa y decidió fijar su residencia en París. Cuando llegué a Francia, inmediatamente me sentí muy libre. (…) Quizá la principal impresión de mi vida en Occidente durante los últimos once años es que ha sido y es tranquila, muy tranquila. (…) Si tuviese que describir mi vida en Francia, diría que es extremadamente reflexiva. A los 41, me siento feliz con mi vida de familia. Tengo un hijo al que puedo prestarle atención, lo que no hubiera sido posible en mi situación anterior, cuando era campeón del mundo. Así que estoy muy satisfecho: he llegado a esa fase de tranquilidad entre el medio juego y el final.

Cuando Spassky decidió continuar el match de Reikiavik y jugar la tercera partida, esa partida fatídica, todo el mundo, menos las autoridades deportivas soviéticas y sus analistas, lo alabó, si bien había en el ambiente una feroz crítica sobre el comportamiento de Fischer. ¿Se puede, o, mejor dicho, se debe responder caballerosamente a los actos de quien ignora las más elementales normas del fairplay?

Años más tarde, Spassky era muy autocrítico acerca de su alabada caballerosidad y un fairplay tal vez improcedente. Sin duda habría recapacitado sobre las situaciones y decisiones circunstanciales de Reikiavik que, muy probablemente, le atormentaron durante muchos años. En una entrevista posterior, con Yuri Golyshak y Sergei Kruzhkov para Sport Express, rememoraba aquellos momentos.

−¿Fue una decisión correcta continuar el match?

−Retrospectivamente, he llegado a la conclusión de que estaba equivocado. Debí haber dejado que Fischer terminase lo que había empezado ¡y lo que había empezado es a perder el match! Supongamos que somos boxeadores. Si uno de los dos dice “me rindo”, el otro debe respetar esa decisión. Pero yo me negué.

−¿Entendía Fischer que se estaba rindiendo?

−Por supuesto. No apareció a jugar la segunda partida. El árbitro puso en marcha el reloj y declaró la partida perdida para Fischer. Antes del match, nunca me había ganado una partida.

−¿Insistieron los directivos soviéticos en que usted no siguiese jugando?

−¡Me lo ordenaron! El Ministro de Deportes, Sergei Pavlov estuvo hablando conmigo por teléfono durante media hora. Me daba instrucciones en cuanto a cómo proceder: “Eleva una protesta contra esto, contra aquello y luego regresa a casa…” Pero yo resistí. ¡Quería jugar! Qué estúpido fui. El match era mucho más importante que mis intereses o convicciones individuales.

−¿Estaba seguro de que vencería a Fischer?

−Es Korchnoi quien necesita odiar a su oponente. Yo soy distinto. Había un joven trastornado enfrente de mí… ¿Cómo podía odiarlo? Pero ante todo debía invocar el deportista que hay en mí, para quien lo más importante es ganar. Yo no recurrí a ningún truco. A diferencia de Fischer, quien creó todo tipo de trastornos y exigencias, a derecha e izquierda. Se quejaba a los organizadores islandeses, a Max Euwe de todo lo imaginable, hasta de que los pájaros trinasen en la bahía de Reikiavik… ¡Obviamente, era culpa de Spassky! Sólo más tarde comprendí que toda esa presión había sido cuidadosamente planificada.

−¿Realmente?

−Fischer tenía un ideólogo llamado Lombardy, cuya intención era someterme a una constante presión psicológica. Incluso durante el match, sentí que había alguien que empujaba con mucha energía a Bobby. Entonces creía que ese alguien era Kramer, pero no: era Lombardy.

Después de su segundo match con Fischer, Boris siguió jugando el resto de la década, pero su ajedrez no tenía nada de la brillantez y agudeza de los sesenta ni de 1973: anodino, sin inspiración y, lo que es peor, sin el menor espíritu combativo. El paso del tiempo todo lo justifica, pero su actitud ante el tablero era la antítesis de la de Korchnoi. Vivía con su tercera esposa, Marina, en Meudon, un suburbio de París, donde, por cierto, también había vivido el famoso autor Louis-Ferdinand Céline. Y el de Spassky sería, desde luego, un viaje al fin de la noche.

Antonio Gude.

‘El mejor de los tiempos’ 2 – 1961-2000

Extracto del último capítulo

Editora Solis (2022)

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