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BOBBY FISCHER EN CUBA (1)

Introducción

Durante su accidentada vida, Robert «Bobby» James Fischer  estuvo  directamente  relacionado  con  Cuba en tres ocasiones. En la primera, cuando arribó por barco a La Habana el sábado 25 de febrero de 1956, dos semanas antes de cumplir 13 años de edad. Este fue su primer viaje al extranjero. La segunda ocasión ocurrió  en  agosto  de  1965,  cuando  el  estadounidense, ya con 22 años, jugó por teletipo desde el distante Marshall Chess Club de Nueva York en el torneo en memoria del ex campeón mundial de ajedrez José Raúl Capablanca, que se celebró en la capital cubana.

En la madrugada del  24  de  octubre  de  1966, 10 años y casi ocho meses después de su primer viaje a la Isla, Fischer volvió a pisar tierra cubana procedente de México como integrante del equipo de los Estados Unidos a la 17ma. Olimpiada de Ajedrez, celebrada en La Habana. En ésta, su última visita a Cuba, ya contaba con 23 años.

Este libro recoge las peripecias de Fischer en Cuba, incluyendo todos sus encuentros oficiales tanto en el torneo Capablanca in Memoriam de 1965, como en la Olimpiada de 1966. También se analiza la única partida suya de su viaje a Cuba en 1956 que ha sobrevivido el paso de los años.

Miguel Ángel Sánchez

https://www.efe.com/efe/usa/cultura/los-viajes-de-bobby-fischer-a-cuba-dan-pie-un-libro-en-miami/50000109-4178326

La obra cuenta con dos importantes introducciones de los Grandes Maestros Leinier Domínguez Pérez y Andrew Soltis, en que los mismos dejan, respectivamente, esclarecedores comentarios e interesantes impresiones en sus puntos de vista sobre la obra. Por otra parte, podemos aseverar que muchos de los detalles narrados en este libro eran desconocidos hasta ahora. Su reconstrucción se basó en entrevistas con fuentes confiables e identificadas que tuvieron relaciones con las actividades del estadounidense.

Uno  de los testimonios más sorprendentes fue  el de Miguel Angel Masjuán Salmón, un periodista y funcionario del organismo deportivo cubano que acompañó a Fischer en una mini excursión por Cuba en 1966. Según el periodista cubano Jesús González Bayolo, que lo entrevistó para su programa de ajedrez en la televisión, Masjuán Salmón dijo que después del final de la Olimpiada, el Gran Maestro estadounidense notificó al gobernante cubano Fidel Castro su deseo de residir en la Isla. Castro tal vez consideró a Fischer demasiado conflictivo y optó por archivar su petición. De haber accedido, la historia del ajedrez, y de Fischer, hubieran tomado rumbos totalmente imprevisibles.

Para el comentario de las partidas hemos recibido la estrecha colaboración del Maestro Internacional cubano Luis Sieiro, quien tiene un profundo conocimiento, tanto de las partidas de Fischer como de los cambios que ha sufrido la teoría de las aperturas des- de la época en que el estadounidense las jugó.

Es necesario agregar que la colaboración de Sieiro no se limitó a la esfera técnica, sino que también, entre otras varias tareas, rastreó datos e imágenes de las visitas de Fischer a las ciudades centrales cubanas de Santa Clara y Cienfuegos después de terminada la Olimpiada de 1966. Por todo ello queremos expresar- le nuestros más sinceros agradecimientos y nuestra complacencia por su esfuerzo.

Gracias a la invaluable ayuda del Maestro Inter- nacional John A. Donaldson fue posible conseguir la partida celebrada en La Habana en 1956 entre Fischer y José R. Florido. Donaldson nos sugirió contactar al Sr. Gary Robert Forman, ex gobernador de la junta directiva del Marshall Chess Club que de manera muy gentil consiguió que esa institución nos permitiera usar de su archivo una de las copias de ese encuentro, la de la planilla de anotación del propio Florido. Gracias a la ayuda de ambos, pero de manera muy especial del Sr. Forman, es que esa partida, la primera que Fischer ganó a un jugador conocido, pudo formar parte de este libro.

Un anexo se encuentra al final de cada partida, a fin de facilitar a los lectores un acercamiento al desarrollo de la fase inicial del juego, así como a las similitudes y diferencias en su tratamiento. También esa selección de encuentros adicionales refleja las líneas estratégicas utilizadas en situaciones parecidas, tanto por Fischer como por otros Grandes Maestros. Igualmente, se ha incluido al inicio de las partidas jugadas por el estadounidense una breve biografía de sus rivales para que los lectores puedan ver la fuerza de los contrarios de Fischer. Para la elaboración de este libro también hemos contado con la ayuda del profesor Daniel Martínez, quien representó a Cuba en la Olimpíada Estudiantil de Ajedrez celebrada en Sinaia, Rumania, en 1965. Daniel estuvo a cargo de la corrección estilística del texto, tanto en español como en inglés. Sus atildadas recomendaciones mejoraron sin dudas la narrativa del texto.

Jesús González Bayolo, decano de los periodistas de ajedrez de Cuba, puso en nuestras manos sus amplios conocimientos y archivos. También brindaron sus testimonios el profesor Francisco Acosta, ex vice- decano de la de la Facultad de Ingeniería del Instituto Superior Politécnico de La Habana; así como Orlando Peraza, ambos residentes en La Habana, quienes en 1965 y 1966, siendo jóvenes, atendieron las partidas de Fischer en diferentes funciones. Acosta, por ejemplo, fue el encargado en 1965 de recibir desde el teletipo las jugadas de Fischer que eran transmitidas desde Nueva York y llevar hasta las máquinas las respuestas de sus adversarios, mientras que Peraza trabajó como muralista y juez de mesa de esos encuentros. Ambos conservan vívidos recuerdos de aquellos momentos. Otros dos testigos capitales de los viajes de Fischer a Cuba fueron Pedro Urra, quien navegó en el mismo ferry que llevó a Fischer a la capital de la Isla; y Gaspar González-Lanusa, quien como funcionario del Ministerio de Cultura recibió y acompañó a Fischer durante su breve estancia de dos días en Cienfuegos. Ambos ofrecieron cortésmente sus testimonios en entrevistas realizadas en La Habana durante el trans- curso de 2017.

Los propios autores de este libro, en sus condiciones  de  árbitros  auxiliares  de  la  Olimpiada  de  1966, observaron de cerca al Gran Maestro estadounidense durante  ese  evento  y  sus  recuerdos  se  incorporaron a la obra. En ese sentido es destacable mencionar los relatos del finado Alberto García, subdirector técnico de los torneos Capablanca y de la Olimpíada de 1966, ya que él constantemente hablaba sobre el primer viaje de Fischer a Cuba en 1956, del cual fue un testigo excepcional por su condición de jefe de competencias del Club Capablanca de La Habana.

Otros muchos amigos, familiares o colegas, como el Dr. Rogelio González Sánchez, el periodista y escritor Alex Fleites, el Maestro Internacional José Luis Vilela, el abogado Emiliano Manresa, el Árbitro Internacional Serafín Chuit y el historiador de ajedrez Romelio Milián nos hicieron interesantes sugerencias al texto, nos ayudaron a rastrear materiales o ponernos en contacto con viejos testigos de los hechos. A todos ellos nuestro más profundo agradecimiento.

MigueL a. sánchez y Jesús s. sUárez

Miami, enero de 2018

Bobby Fischer

» 1956

A Pedro Urra no se le iba de la mente la imagen del niño que durante la travesía no apartaba la vista de su pequeño ajedrez imantado. Ese tipo de aislamiento le pareció muy inusual al empleado de la tienda de suvenires del transbordador City of Havana. Urra, de 27 años de edad, escondía detrás de su fachada laboral a un miembro del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (muy conocido por sus siglas en español M-26- 7), el más importante grupo armado clandestino que se oponía en Cuba al gobernante Fulgencio Batista y Zaldívar.

No era común que un hecho en apariencia  trivial, como el de un  niño  totalmente  ensimismado en un tablerito de ajedrez,  captara  la  atención  de  los ojos adiestrados de Urra, un experto en detectar agentes encubiertos y cumplir arriesgadas misiones secretas. Su instinto le decía que detrás de esa estampa inocente, un misterio luchaba  por  revelársele. No fue hasta años después que logró descifrar el temprano aviso, cuando comprendió que el niño y el genio de ajedrez Robert James Fischer eran la misma persona.

El transbordador City of Havana parecía una embarcación turística más, repleta de los llamados snow- birds (pájaros de la nieve), los residentes de los estados del  norte  que  viajaban  al  sur  de  los  Estados  Unidos y  Cuba  en  busca  de  un  clima  cálido.  Pero  tras  esta postal idílica la nave ocultaba un centro de espionaje y  contrabando  y,  servía  además  como  el  transporte clandestino por excelencia de los líderes urbanos de la insurrección contra el régimen de Batista. En los primeros años de la década de 1930, Batista se apoderó del gobierno de Cuba tras una asonada militar que lideró cuando apenas era un sargento taquígrafo. Con excepción del período 1944-1952, su presencia fue desde entonces, desproporcionada en ese país, hasta que su figura se vio borrada en 1959 por Fidel Castro Ruz, líder del M-26-7, quien lo relegó al exilio y al ostracismo por el resto de su vida.

La labor primordial de Urra en el transbordador era llevar y traer la correspondencia confidencial que mantenía el flujo de comunicación entre los grupos armados oposicionistas en la Isla y las células que operaban en el exterior. Pero también introducir armas de pequeño calibre y municiones en Cuba, así como ocultar en compartimentos secretos a jefes insurrec cionales que salían o entraban al país.

El antiguo buque militar británico de desembarco, aunque  construido  en  los  Estados  Unidos,  participó en la invasión de Normandía, Francia, en 1944, con el nombre HMS Northway y se convirtió tras la Segunda Guerra Mundial en un transbordador de pasajeros destinado a la ruta Cayo Hueso-La Habana. En 1956 era como una película Casablanca sobre las olas, con sus reproducciones de Rick Blaine e Ilsa Lund. Para cada  miembro  importante  de  la  resistencia  como  el Victor Laszlo del filme, la policía cubana trataba de contrarrestarlo  con  su  Heinrich  Strasser,  o  cuando menos su Louis Renault.

El viaje de seis horas se convertía en muchas ocasiones en un drama de sigilo y vigilancia que pasaba inadvertido para los pasajeros. El propio Urra no logró escapar de tal acoso, y finalmente se le descubrió y torturó para que revelara sus contactos, lo que no hizo. Tras el derrocamiento de Batista en 1959, el antiguo conspirador no volvió a tener en su vida las mis- mas intensas aventuras de su juventud y su rostro se diluyó entre la muchedumbre.

A veces las partes en pugna dirimían sus asuntos a tiro limpio dentro del barco. En otras ocasiones éstos llegaban a su clímax como en la película Havana (1990), en la que el jugador profesional de cartas Jack Weil (interpretado por Robert Redford) recibe el en- cargo  de  sacar  del  transbordador  un  automóvil  con material de comunicaciones dirigido a los rebeldes.

El servicio del City of Havana desde su base en Stock Island en Cayo Hueso (Key West en inglés), Florida, a La  Habana  era  cada  martes,  jueves  y  sábado.  Partía hacia Cuba a las 10:00 AM y arribaba a las 4:00 PM al Muelle de Hacendados, un alejado bolsón de la bahía en la Ensenada de Atarés. La embarcación regresaba los lunes, miércoles y viernes a su punto de origen.

Esto ocurrió ininterrumpidamente hasta el mar- tes 31 de octubre de 1960, cuando con 287 pasajeros y 86 automóviles partió en su último viaje desde La Habana poco antes de que los Estados Unidos rompieran sus relaciones diplomáticas con Cuba.

En Cuba, las historias de policías y revolucionarios se reproducían con insistencia. Previo al City of Havana, otro transbordador, el Governor Cobb, había servido tres décadas antes de escenario a personajes duros y decididos que interpretaron papeles similares cuando esos caracteres tenían otros nombres e ideologías, como  Ramiro  Capablanca,  del  que  las  autoridades sospechaban  era  un  peligroso  integrante  del  grupo ABC, uno de los equivalentes en la década de 1930 al Movimiento 26 de Julio.

El devenir histórico de Cuba se asemejaba entonces a una obra calcada de la puesta en escena del párrafo anterior, como una continua sucesión de hechos. Ernest Hemingway hubiera podido escribir a mediados de la década de 1950 la secuencia de Tener o no tener con tan sólo cambiar el nombre del capitán Harry Morgan por el de cualquier otro.

El narrador y académico cubano Antonio Benítez Rojo  identificó  esas  duplicaciones  como  características de «la isla que se repite», en que cuotas uniformes reincidían en dispensar parcelas de sucesos que iban desde hechos heroicos a burdos contrabandos de heroína o mariguana; o desde oleadas de autos robados en ciudades norteamericanas a cargamentos de armas y municiones.

La repetición de hechos no se limitaba a las convulsiones  políticas  o  a  las  truculencias  gansteriles, pues hasta en el mundo del ajedrez los acontecimientos parecían volver a ocurrir. Antes de que un Fischer adolescente realizara la travesía de Cayo Hueso a La Habana,  el  joven  José  Raúl  Capablanca,  hermano mayor de Ramiro, la había emprendido varias veces desde 1912, año en que se inauguró el servicio de tren desde  Nueva  York  a  Cayo  Hueso,  el  famoso  Havana Special de Henry Morrison Flagler, que tenía una vinculación  directa  con  el  transbordador  que  viajaba  a la capital de la Isla. Había por lo menos una diferencia notable entre ambas imágenes: nadie jamás dejó constancia  de  haber  visto  a  Capablanca  tan  alejado del mundo exterior y tan profundamente inmerso en un tablero portátil de ajedrez como Fischer.

Pero para los interesados en la transmutación de las almas, la relación entre el cubano y el estadounidense les parece urdida en otra dimensión. Cuando Capablanca falleció, el 8 de marzo de 1942, en la ciudad de Nueva York, dejó un enorme vacío. Este se llenó con el nacimiento de Fischer al día siguiente del calendario, 9 de marzo, pero un año después, 1943. La enigmática sucesión en el tiempo de los dos gran- des genios ajedrez tiene la apariencia de haber sido cuidadosamente dispuesta por fuerzas más allá de la comprensión humana.

En  1956,  durante  el  primero  de  sus  dos  viajes  a Cuba,  Fischer  formaba  parte  de  una  pequeña,  pero estrambótica  amalgama  de  ajedrecistas,  todos  ellos convocados a una excursión por carretera y barco de casi 3,500 millas (5,600 kilómetros) de recorrido que su biógrafo clásico, el historiador Frank Brady, calificó como una aventura tormentosa. El viaje a Cuba en el transbordador City of Havana formó parte de una gira por diferentes ciudades de los Estados Unidos en donde los siete miembros del Log Cabin Chess Club se enfrentaron además a aficionados al ajedrez de Tampa, Miami y Hollywood, todas en Florida; así como a los de Clinton, en Carolina del Norte. (Ver Nota 1).

Al menos tres de  sus  integrantes  eran  personajes dignos de antología: los dos primeros, el neonazi Elliot Forry Laucks y el estafador Norman Tweed Whitaker. Un tercero no era menos peculiar: Regina Wender-Fischer, quien era vigilada por la Oficina Federal de Investigación (FBI).

Laucks era un personaje fuera de lo normal, que algunos tildaban de tétrico. Las peores definiciones de su persona estaban motivadas porque solía lucir pines con la insignia nazi en la solapa de sus trajes y exhibía ostentosamente en su hogar banderolas con la cruz gamada y otras parafernalias del mismo estilo. Otros calificativos eran más generosos con él, tal como los que lo identificaban como uno de los caracteres más singulares del ajedrez norteamericano, un verdadero amante y propulsor del juego.

En el sótano de su casa en el poblado de Orange del Este, en Nueva Jersey, a solo cinco kilómetros de Orange del Oeste, donde décadas antes, exactamente en agosto de 1904, José Raúl Capablanca residió cuando arribó por primera vez a los Estados Unidos, Laucks fundó un club de ajedrez al estilo del que habilitó a comienzos del siglo 20 en Riverdale, Manhattan, el profesor  Isaac  L.  Rice.  La  diferencia  era  que  Laucks cubrió las paredes de su lugar con gruesos troncos de madera. Tal diseño, propio de una cabaña rústica de los bosques, le sirvió para nombrar así a su cofradía: Club de Ajedrez de la Cabaña de Troncos de Madera, que en  inglés  tiene  mejor  armonía  acústica:  Log  Cabin Chess Club.

Las batallas iniciales en ese club ocurrieron en la noche del 28 de julio de 1934. Ese día Laucks no pudo refrenar sus impulsos oratorios y, no sin elegancia, dijo: «La casa club [habrá de ser] una cabaña de troncos que no sea ni demasiado palaciega, como algunos clubes de hombres ricos, ni tan pobre y tosca que le falte comodidad o un cierto grado de refinamiento…».

A juicio del historiador Frank Brady, Laucks era  un millonario excéntrico que a veces daba a Regina Wender-Fischer pequeños regalos en efectivo o la ayudaba a sufragar los costos de la participación de su hijo en algún torneo. Pero tal abundancia monetaria no se vio en el medio que escogió para viajar a La Habana: una station-wagon Chrysler de seis años de uso y muchas millas recorridas. En una época en que no existían las actuales autopistas y circunvalaciones de ciudades de la costa este de los Estados Unidos, debió ser una tortura atravesar ciudades y poblados llenos de  vehículos  y  luces  de  tránsito.  La  incomodidad  se veía agravada por el exceso de pasajeros, ocho, más el porta equipajes y el techo repletos con maletas de viaje. Los miembros masculinos adultos de la expedición también  tenían  otra  angustia,  el  comportamiento exasperante del joven Fischer, al que pronto identificaron como «el monstruo».

A Laucks no parecía importarle mucho que Fischer, a pesar de su origen judío, formara parte de la expedición. Pero no siempre fue así cuando se trataba de otros. Por ejemplo, las bases de la competencia en uno de sus habituales torneos estaban hechas de tal manera que Samuel Reshevsky no pudiera satisfacerlas. Específicamente, se establecían horas y días de juego imposibles de cumplir para un judío practicante.

La humilde revista habanera Ajedrez en Cuba también se hizo eco de la estancia de Fischer en la Habana como demuestra esta información publicada en el número de septiembre de 1956

Es difícil precisar la influencia a largo plazo de Laucks sobre Fischer. Es reconocido que tales tipos de personalidades fuertes suelen dejar una huella pro- funda en los jóvenes, justo cuando éstos comienzan a conocer y asimilar el mundo exterior. Las diatribas de Fischer en su adultez contra los judíos, cuando él mismo era de esa procedencia por parte de madre, y casi con toda certeza también por parte de su padre, tal vez eran un eco distante de las tiradas antisemitas de Laucks, a las que se vio expuesto cuando apenas tenía 12 años, un instante en que, al decir del refranero popular, los niños son como una esponja que lo absorben todo.

El viaje de Laucks y sus «cabañeros» a La Habana comenzó  a  perfilarse  tras  la  visita  al  Marshall  Chess Club  de  Manhattan,  el  4  de  noviembre  de  1955,  de un equipo del Club de Ajedrez Capablanca, de La Habana, liderado por el propio vástago de Capablanca, José  Raúl  hijo,  un  abogado  de  32  años  que  actuaba de forma voluntaria como Director de Ajedrez en el instituto de deportes de la Isla.

Se publica aquí por primera vez la carta enviada por José R. Capablanca hijo en que los cubanos anuncian su visita:

Club de Ajedrez «Capablanca» de La Habana (Afiliado a la Federación Nacional de Ajedrez de Cuba) Infanta y 25

VEDADO, LA HABANA

La Habana, 11 de octubre de 1955 Sra. Carolina D. Marshall

The Marshall Chess Club 23 W. 10th St

New York

Estimada Sra. Marshall

Es un placer para nosotros hacerle conocer que como resultado del torneo nacional de ajedrez que ahora estamos efectuando en Cuba, los seis ganadores tendrán la oportunidad de visitar los Estados Unidos por una semana y jugar contra los más reconocidos maestros de Nueva York.

Nuestros amigos, el Sr. Luis A. Bacallao y el Sr. Edward Lasker, han arreglado con su aprobación el match en el Marshall Chess Club que se efectuará el 4 de noviembre. Es posible que también juguemos contra el Manhattan Chess Club, pero no estamos seguros todavía.

Para nosotros será un gran honor visitar nuevamente el Marshall Chess Club, particularmente en recuerdo del fallecido Sr. Frank J. Marshall, quien fue un gran amigo de mi padre, José Raúl Capablanca.

Sinceramente  suyo, Dr. José R. Capablanca

Asesor de Ajedrez de Cuba.

Lo más probable es que, durante un momento  del viaje de los cubanos a los Estados Unidos, Laucks hablara con Capablanca hijo y éste le asegurara que sería bienvenido a la Isla.

Los  visitantes  cubanos  sucumbieron  ante  sus  rivales  del  Marshall  Chess  Club  con  el  abrumador  resultado de 5.5 a 0.5 cuando Franklin Howard venció al Dr. Juan González e igual hicieron Elliot Hearst, Carl  Pilnick,  Anthony  A.  Santasiere  y  Edmar  Mednis (Gran Maestro desde 1980) sobre Miguel Alemán, Raúl Cárdenas, Rogelio Ortega y Rosendo Carbonell, respectivamente. El único empate alcanzado por los cubanos  lo  consiguió  Carlos  Calero  contra  John  W. Collins. Antes de arribar a Nueva York, los cubanos se enfrentaron en Miami a siete integrantes del club local,  pero  los  floridanos  también  los  vencieron,  en esta ocasión 5 a 2.

Entonces había un intercambio fluido de ajedrecistas de la Isla a los Estados Unidos y viceversa, de manera que la proposición de Laucks de ir a La Habana no resultó inusual. Esos contactos existían de hecho desde finales del siglo diecinueve entre los clubes de La Habana con los de Nueva York y Filadelfia, al extremo que dos cubanos, Arístides Martínez y Dionisio Martínez fueron, respectivamente, los presidentes del Manhattan Chess Club y del Franklin Chess Club por muchos  años.  En  el  caso  de  Arístides  Martínez  por más de dos décadas.

En ocasiones se realizaban pequeños torneos con jugadores de ambos países, como el de 1947 en la ciudad de La Habana, que se celebró como parte de los festejos de la inauguración del Club Capablanca de La Habana. Esta competencia la ganó el cubano Gilberto García, por delante del entonces jovencito de 17 años Donald  Byrne  (Maestro  Internacional  desde  1962); Edward  Lasker  (Maestro  Internacional  desde  1961)  y los cubanos José R. Florido, Juan A. Quesada, Rosendo Romero, Carlos Calero y Juan González. (Ver Nota 2).

En octubre de 1950, los representantes del Club Ca- pablanca  de  La  Habana  viajaron  a  Nueva  York  para oponerse a los del Manhattan Chess Club, en cuya nó- mina  estaban  los  futuros  Grandes  Maestros  Arthur Bisguier  (desde  1957)  y  Robert  Byrne  (desde  1964). Los habaneros perdieron 5.5 a 2.5. En 1956, los juga- dores del Club Capablanca lo hicieron mejor contra sus colegas  de  Miami,  a  los  que  derrotaron  por  10  a  6.

En 1951, llegó a La Habana el famoso Reuben Fine (Gran Maestro desde 1950), acompañado por Edward Lasker, el Dr. Ariel Mengarini, Edgard McCormick, Alexander Bisno y el cronista de ajedrez Hans Kmoch (Maestro Internacional desde 1950) para un match que finalizó empatado a 3.5.

Los  cubanos  incluso  viajaron  en  septiembre  de 1951 hasta la distante ciudad de Los Ángeles, California, para enfrentarse a los miembros del Herman Steiner Chess Club, gracias a un avión que les proporcionó el entonces Ministro de Educación de la Isla, Aurelia- no  Sánchez  Arango,  quien  era  un  aficionado  al  ajedrez. Su influencia en los gobiernos del Partido Auténtico (que gobernaron en el período 1944-1952) fue importante para la construcción del Club Capablanca y la organización, en marzo de 1952, de un fuerte torneo internacional en La Habana.

Era además usual que unos pocos maestros de la isla, como Juan González, José R. Florido o Eldis Cobo, jugaran en los torneos abiertos de los Estados Unidos. González, por ejemplo, ganó el Abierto de partidas rápidas (blitz) en 1946, por lo que una fotografía suya en bata de médico ocupó la portada del número de enero de 1947 de la revista Chess Review bajo el titular

«Prescription for Speed» (Receta para la velocidad). Doce años después, Cobo triunfó en el Campeonato Abierto (con tiempo de meditación regular) de los Estados Unidos de 1958 al vencer a los Grandes Maestros Arthur Bisguier y Larry Evans (ambos desde 1957). En los dos casos se trató de bien aprovechados paréntesis en los estudios de ambos: los de González en la escuela de medicina de la Universidad de Nueva York, y los de Cobo en la escuela de ingeniería de la Universidad de Columbia.

En febrero de 1952, como parte de los festejos del cincuenta  aniversario  del  establecimiento  de  Cuba como  un  país  independiente,  un  grupo  de  ajedrecistas norteamericanos viajó por avión a La Habana para  una  fuerte  competencia  internacional  llamada Torneo por el Cincuentenario de la República. Fue un evento de resonancia mundial cuya primera ronda se jugó en el Palacio Presidencial. Pero su desarrollo se vio inesperadamente en aprietos por el golpe de estado que dio Batista al mandatario constitucional Carlos  Prío  Socarrás  en  la  madrugada  del  10  de  marzo de  ese  año,  lo  que  obligó  al  Presidente  del  Club  Capablanca, Mario Figueredo, a buscar apoyo en figuras cercanas al nuevo gobernante para que no se suspendieran las garantías financieras para el torneo, lo que felizmente logró.

El grupo que participó en el torneo de 1952 estuvo encabezado por el estelar polaco-estadounidense Samuel Reshevsky (Gran Maestro desde 1950), quien ganó la competencia empatado con otra figura de primer orden, el también polaco, pero naturalizado argentino, Miguel Najdorf (Gran Maestro desde 1950). La competencia incluyó a otros conocidos jugadores norteamericanos como Isaac Horowitz, Edward Lasker, Herman Steiner y la nueva estrella Larry Evans, además de otras figuras importantes del ajedrez mundial como el Gran Maestro yugoslavo Svetozar Gligoric (desde 1951) y el Gran Maestro austríaco-argentino Erich Eliskases (desde 1952). También participaron otros futuros Grandes Maestros como el entonces polaco-francés Nicolas Rossolimo (desde 1953), posteriormente nacionalizado estadounidense; el argentino Carlos Guimard (desde 1960); y el niño prodigio español Arturo Pomar (desde 1962).

El  otro  personaje  de  la  expedición  del  Log  Cabin Chess Club a Cuba en 1956 era Norman Tweed Whitaker, quien acumulaba en sus espaldas algunos años de cárcel en varias prisiones, entre otras la célebre de Alcatraz, en donde tuvo una relación tumultuosa con Al Capone, quien no quiso identificarse con una huelga que Whitaker organizó. Con el típico rostro del que inspira confianza, el uso de trajes caros y una sonrisa que  desarmaba,  Whitaker  era  para  muchos  sencillamente un embaucador, o un tahúr de casino fluvial, como le hubiera llamado John F. Kennedy. Para sus víctimas, era un delincuente de la peor calaña, a pesar de su título de abogado, del que se le despojó como consecuencia de sus tropelías.

Con informaciones falsas, Whitaker trató de inmiscuirse en el célebre secuestro del hijo de veinte meses del famoso aviador estadounidense Charles Lindbergh en 1932, al proclamar que él tenía contacto con los captores y serviría de intermediario para negociar la libertad del bebé. Esta breve intervención suya posiblemente habría dejado en sus bolsillos la cifra de más de cien mil dólares, pero cuando se descubrió su falso gambito, la justicia lo premió con un pasaje de ida a la cárcel por intento de extorsión.

No todas las argucias fraudulentas de Whitaker tenían como trasfondo el dramatismo ni alcance universal del secuestro del hijo de Lindbergh. La mayoría eran simples pillerías «menores», como el robo de vehículos, la reducción de kilometraje en los odómetros o los envíos de morfina por correo. En una ocasión hasta se le acusó de perversión de menores con una niña de trece años. Pero los padres de la joven no testificaron en su contra.

Desde su juventud, Whitaker comenzó a tener problemas con la justicia. Todo un rosario delictivo de varias décadas de extensión se muestra en el minucioso registro de su vida y fechorías escrito por John

S. Hilbert con la ayuda del conocido historiador y bibliófilo de ajedrez Dale Brandreth, que al final resultó un inmenso volumen de 481 páginas con 570 partidas.

Esta breve pero interesante reseña continuarà…

Miguel Ángel Sánchez y Jesús S. Suárez

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