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Romance eterno: hace 50 años Bobby Fischer encendió la pasión por el ajedrez en Buenos Aires

El regreso del genial ajedrecista a las competencias oficiales, tras dos años de ausencias, disparó una pasión inexplicable; se agotaron los libros y juegos en la ciudad

 Por Carlos A. Ilardo 19 de Julio de 2020

Esta es una historia de color; le pertenece al mundo blanco y negro del ajedrez. El paso del tiempo oscureció a la mayoría de sus protagonistas; hoy sólo afloran los recuerdos sepia.

Hace 50 años, entre 19 de julio y el 15 de agosto de 1970, la ciudad de Buenos Aires y Robert James Fischer, el más excéntrico personaje del milenario juego, vivieron un romance, acaso, unidos por el mismo amor y espanto de un verso borgeano, que elevó al ajedrez a un grado de popularidad como jamás visto antes. El II Torneo Internacional, el Magistral porteño realizado en la sala Casacuberta del Teatro San Martín despertó una pasión irrepetible entre curiosos y aficionados; a diario, una abigarrada multitud arrasó con todas las localidades puestas en venta. El fervor también ganó las calles, la extinta bohemia se esparció durante las trasnoches por los clubes y bares con el análisis de cada movimiento de cada una de las partidas. Y, los locales de librerías fueron tomados por asalto por un público acezante en descifrar los secretos de ese juego hasta agotar los stocks de libros y juegos de ajedrez que había en la gran ciudad.

Así, el fenómeno Bobby Fischer dejaría una estela indeleble en el historial del ajedrez vernáculo, y una marca sublime frente al tablero: su regreso oficial a las competencias tras casi dos años de ausencia, y la conquista del torneo de esta ciudad, invicto, con 15 puntos sobre 17 posibles, aventajando con 3,5 puntos a su más cercano seguidor. Con la consagración, el público se abalanzó sobre su figura, por un pedido de autógrafo, fotografía o una simple muestra de afecto. Pero él no estaba preparado para tanto desborde. Huía de los encierros y los abrazos; se escapaba con largas zancadas por la calle Sarmiento; detenía un taxi, se subía y bajaba por la puerta contraria. Cambiaba su atuendo, usaba gorras y anteojos para pasar inadvertido mientras recorría las galerías y compraba discos de Sabú Sandro (le gustaba su parecido con Elvis Presley).

Antes, el ajedrez en Buenos Aires había transitado fuera de las expresiones populares; desde su llegada en el siglo XVII su práctica le pertenecía a las clases altas de la sociedad. Ni la organización del Mundial de 1927 (entre Capablanca y Alekhine), o de la Copa de Naciones de 1939 (una especie de mundial de seleccionados, con los mejores equipos de cada país) consiguieron transmitirle semejante fervor. Recién, en las décadas de 1950 y 1960, y debido a las actuaciones exitosas de jugadores locales (como Oscar Panno, primer campeón mundial juvenil del continente, Héctor RossettoCarlos Guimard, Julio Bolbochán Raúl Sanguineti), unida a la de otros ajedrecistas extranjeros (de la talla de Miguel Najdorf, Herman Pilnik y Erich Eliskases), que tras la Segunda Guerra Mundial se quedaron en el país, consiguieron ubicar a la Argentina (con tres medallas de plata y dos de bronce logradas en las olimpíadas entre 1950 y 1962) junto a las mayores potencias del mundo del ajedrez, y despertar la atención del público experto y toda la prensa.

Pero enseguida surgieron las jugadas políticas de la Guerra Fría (el enfrentamiento que tuvo a Estados Unidos y al antiguo régimen de la URSS, como sus principales protagonistas), y salpicaron el tablero deportivo del ajedrez; los soviéticos lo consideraban además de un deporte, un instrumento de propaganda insuperable, por lo que no estaban dispuestos a ceder su reinado (ininterrumpido desde 1948) y mediante artilugios extra deportivos eliminaban a cada uno de los potenciales candidatos que amenazara el trono de su rey. Había dos bandos y Occidente conservaba sólo una carta: Bobby Fischer, pero el KGB había marcado el mazo.

En los años sesentaFischer -nacido en Chicago el 9 de marzo de 1943-, era un veinteañero con un estado emocional inestable; deambulaba por los torneos en jeans, zapatillas y suéter a rayas, ejecutando movimientos para la memoria y acciones para el olvido. Se autodestruía.

Su frente de batalla eran los organizadores de certámenes sin importarles su investidura, se peleó con Fidel Castro y echó de un hotel de Bled a un asistente del Mariscal Tito. En 1967, tras ganar el Torneo de Montecarlo se negó a posar junto a Su Alteza Real el Príncipe Rainiero, y en la misma ceremonia, cuando la princesa Grace le entregó en manos el sobre con el monto del premio, lo rompió bruscamente y contó de inmediato el dinero antes de saludarla. Ese mismo año, abandonó el Interzonal de Túnez (cuando iba primero) dejando escapar la oportunidad de ser el próximo candidato al título mundial. Por eso, tras su regreso de África, al año siguiente, en 1968 se retiró del ajedrez.

Fueron dos años de ausencias en las competencias oficiales pero lo rescató el Coronel Ed Edmondson, presidente de la federación de ajedrez norteamericana. El militar pergeñó un plan para el regreso de Bobby. A cambio de u$s2000 convenció al maestro local Pal Benko para que le cediera su plaza a Fischer para que participara en el Interzonal de Palma de Mallorca, primer escalón de los candidatos al Mundial de 1972. Las tres plazas norteamericanas le correspondían a Addison, Reshevsky y Benko, pero los tres sabían que el único que podía dar batalla al campeón mundial soviético era Fischer.

Además, Edmondson le aseguró un monto de u$s19.000 por su participación en todas las pruebas previas al Mundial, más otra cantidad para gastos extras y el pago doble por cachets que el resto de los participantes en cualquier competencia a la que fuera invitado. Así, Bobby comprendió que era su última oportunidad de cumplir su sueño: ganar dinero haciendo lo que le gustaba, vencer a los soviéticos y ser campeón mundial.

Salió de su ostracismo ajedrecístico, y en marzo de 1970 viajó a Belgrado para integrar el equipo Resto del Mundo en su match ante la poderosa URSS. Su llegada causó conmoción en la prensa internacional. Dado su alejamiento de los torneos, Fischer aceptó defender el segundo tablero de su equipo (le dio el primer lugar al danés Bent Larsen), y en su duelo ante el ex campeón mundial soviético, Tigran Petrosianel norteamericano se impuso 3 a 1 al cabo de cuatro juegos. Fischer y su ajedrez no se habían oxidados, y la nomenklatura soviética tomó nota del regreso.

Necesitado de agilizar su mente y manos, Bobby se trasladó de Belgrado Herceg Novi (allí disputó un torneo Blitz, con 11 grandes maestros. Ganó la prueba con 19 puntos sobre 22 posibles), y aceptó que la Argentina fuera la sede para su regresó oficial a una competencia: el Magistral Ciudad de Buenos Aires 1970.

Se trataba de su tercera visita al país; la primera sucedió en 1959 en el torneo Ciudad de Mar del Plata, cuando tenía 16 años. Al año siguiente repitió su participación en la ciudad balnearia, y algunos días después, en Buenos Aires, jugó el torneo Sesquicentenario de la Revolución de Mayo (su peor actuación internacional; perdió 5 partidas y finalizó 13° entre 20 jugadores). Ahora, no sólo venía por el honor se trataba de su primer paso a la gloria.

La organización del torneo fue un verdadero dislate y peligró su realización hasta último momento. El día de la inauguración todos los competidores: Tukmakov Smyslov (URSS), Gheorghiu (Rumania), O´Kelly (Bélgica), Szabo (Hungría), Reshevsky Bisguier (EE.UU.), Damjanovic (Yugoslavia), Mecking (Brasil), y los argentinos, Najdorf, Panno, Rossetto, Quinteros, Schweber, GarcíaRubinetti Agdamus) estaban sentados en el escenario de juego, y sólo había una silla vacía: la de Fischer.

El Intendente Municipal, el General Manuel Iricibar, su Secretario de Cultura, Dr. Alberto Obligado, el presidente de la Federación Argentina de Ajedrez (FADA), Carlos Guimard y el Director del Teatro San Martín, Arq. Fernando Lanús, asumieron los costos y accedieron a todos los pedidos de Fischer para evitar el papelón deportivo. Aunque ya había dado su consentimiento, Bobby decidió permanecer en Nueva York a la espera del cobro de su cachet; no viajaría sin tener el dinero en sus manos. La suma exigida era de u$s2500 (duplicaba a más del doble los honorarios de los otros invitados). La organización exigía su presencia para efectuarle el pago, pero ante el capricho del americano le giraron el dinero, el viernes 17. El día 19, fecha del comienzo del certamen, Fischer compró su vuelo para Buenos Aires y aterrizó el 21, día de juego de la tercera rueda. Pero hay más.

Dejó sus pertenencias en el hotel Bauen y de allí caminó hasta el lugar de juego, la sala Casacuberta del Teatro San Martín. Tras dar un solo par de pasos, se le encendió el rostro. “Aquí no se puede jugar al ajedrez; no hay suficiente luz, los periodistas no pueden ingresar a la sala de análisis y el público tiene que estar más alejado del escenario”, fue la primera de sus amenazas.

“Lo primero que me asombró de Fischer al ingresar a la sala de juego fue su fisonomía, su imagen corpulenta. Había dejado los jeans y zapatillas por buenos trajes, de calidad” aseguró Hugo Link, que en ese torneo actuó de muralista (los jóvenes que reproducían las jugadas sobre grandes tableros para la vista de todo el público). Y agregó: “fue un verdadero caos, escuchar sus gritos, incluso se subió a los bastidores y él le daba órdenes a los operarios, a los iluminadores, como si les quisiera enseñar su oficio. Y lo peor era que nadie se atrevía a contradecirlo. Al final hubo acuerdo, Fischer fue el único ajedrecista que jugó todas sus partidas en la misma mesa, la número 5, ubicada en el centro del escenario”.

—¿Algún otro recuerdo?

— Sí, al principio todos queríamos estar junto a él en la mesa para anotar las jugadas y trasladarlas al tablero mural, pero cuando conocimos su genio, nos peleábamos entre nosotros para que no nos tocara la mesa de Fischer. Debíamos permanecer como momias mientras él jugaba. Lo recuerdo caminando por el escenario y comiendo siempre sándwich de queso y bebiendo jugo de naranja. Él no tomaba jugo envasado, quería que fuera de naranjas exprimidas.

Otra más. Solucionado el tema lumínico surgió un nuevo inconveniente: el calendario del certamen. Los jugadores tenían programados sus días de juego y de descanso, pero Fischer no quería comenzar jugando desde la cuarta rueda, por lo que exigió que se modificara el calendario, que se adicionara más días libres, así él recuperaría sus tres juegos pendientes. La decisión de extender la duración del certamen ocasionó graves problemas a los demás jugadores que tenían compromisos asumidos. Pero finalmente todos aceptaron. Y Fischer se salió con la suya.

Los maestros siempre estábamos de acuerdo con sus pedidos; no nos quedaba otra cosa” señaló el gran maestro Oscar Panno, de 85 años y uno de los 7 sobrevivientes de aquel certamen. Y agregó: “Fischer era muy bueno con sus colegas, muy correcto durante las partidas, y para todos era importante su presencia, jerarquizaba las condiciones para jugar al ajedrez”.

Fischer hizo su debut el 22 de julio, su rival era el soviético Vladimir Tukmakov, un ajedrecista desconocido para el público. Sin tantos pergaminos y lejos de los rutilantes nombres de los jugadores de la URSS, de aquellos años. Cuarenta y dos años después, en un encuentro en Turquía (Tukmakov actuaba como capitán del equipo de ajedrez de Azerbaiyán, en la olimpíada de Estambul 2012), recordó su paso por Buenos Aires.

“Yo no había hecho muchos méritos para ser invitado al torneo de Buenos Aires; ni siquiera tenía el título de gran maestro, había ganado certámenes juveniles, estudiantiles y un subcampeonato mayor de la URSS. Pero creo que la verdadera razón fue que ningún soviético quería enfrentarse con Fischer”, aseguró Tukmakov que fue escolta de Bobby. Y completó: “Fischer era muy fuerte en el tablero y eso preocupaba mucho a los soviéticos; nadie quería perder con él. En lo personal lamento mi partida, él me ganó muy bien, pero no sentí que me había derrotado un futuro campeón mundial”.

Tukmakov llegó a Buenos Aires acompañado por el ex campeón mundial Vasili Smyslov, de 50 años, que ya no pertenecía a la élite del ajedrez pero sus conocimientos lo elevaban como un rival de peligro. Pero aquí en Argentina, empató 16 partidas y ganó sólo 1. Más tarde se supo que jugó en modo de protesta porque no le habían cumplido con el pago prometido. Parte de su dinero se destinó para completar el cachet de Fischer.

Con la nueva disposición de dos días libres consecutivos, Fischer recuperó dos de sus tres juegos; ganó las partidas y se ubicó como líder. Nadie había tenido un comienzo tan triunfal. A partir de entonces, el genial ajedrecista americano desfiló por el torneo. Ganó seis juegos consecutivos y en la séptima igualó con Miguel Najdorf, luego hilvanó otras cinco victorias seguidas (pudo perder con Miguel Quinteros, que en ese torneo logró el título de maestro internacional), y después reguló las últimas tres, cuando tenía asegurado el primer puesto.

No guardo un buen recuerdo de ese torneola organización se comportó muy mal” reflexionó el maestro internacional Raimundo Garía, de 84 años. Y completó: “Mi relación con Fischer fue normal, hablamos sólo el día de la clausura y me dijo en castellano, Usted estaba al menos igual en nuestra partida. Yo perdí porque al igual que otros jugadores cometíamos ante él errores que no eran propios de maestros.

—¿Quiere decir que Fischer hipnotizaba a sus rivales?

—No lo puedo aseverar, pero las partidas están a la vista de todos. Yo creo que Fischer era en aquel momento un candidato más, que después se perfiló para vencer a Taimanov y Larsen, y los soviéticos entraron en pánico. Pero el ganó varias partidas de manera inexplicable.

Consultado por el magnetismo de Fischer y de su manera de vencer con facilidad a sus rivales, el maestro Panno señaló: “En aquel momento Fischer era un jugador fantástico estaba por encima del resto; sus rivales se atemorizaban solos. Era un problema de ellos. Yo viví eso con Najdorf, él estaba dos categorías por encima de mí en la década del 50, pero jugamos 4 veces y yo gané las 4. ¿es normal?, no, para nada. El mismo se predisponía mal. Cuando lo corrigió igualó el score. Pero volviendo al tema Fischer, yo creo que además de serlo, él se creía superior al resto. No encuentro otra forma de comprender como después de Buenos Aires, entre el Interzonal de Mallorca, en noviembre del 70 y la semifinal con Petrosian en septiembre del 71, él les ganó 20 partidas consecutivas a grandes maestros. Sin dudas, Fischer fue un genio extraordinario”.

El día de la clausura del certamen, el público se convocó de a multitudes para presenciar la consagración de Fischer, y regalarle su aplauso.

Había mucha gente, el Teatro San Martín estaba desbordado. La gente, muchos de ellos que no pertenecían al ambiente del ajedrez, permanecía 4 o 5 horas sentadas en la sala, en los alrededores o en la confitería como si allí hubiera una función del Circo de Moscú o de Holiday On Ice (risas)” recordó Link.

Al día siguiente de finalizada la competencia, el domingo 16 de agosto, todos los jugadores se unieron en el centro porteño, y a la luz del día brindaron una exhibición simultánea gigantesca sobre la calle Florida; con más de 400 personas que participaron del fervoroso encuentro. Luego Fischer -que extendió su estada en el país- permaneció durante varias semanas aceptando invitaciones y dando exhibiciones en distintas ciudades del interior. Se había acostumbrado al cariño de su fans; ahora lo disfrutaba. Su buen humor lo llevó, incluso, a iniciar los trámites para solicitar la ciudadanía argentina.

Un año más tarde, en septiembre de 1971 regresaría al país para jugar la final del Ciclo Candidatura ante el armenio Tigran Petrosian. Y otra vez, el ajedrez, Buenos Aires y Bobby Fischer escribirían un nuevo capítulo; la historia de una ciudad en jaque con un mismo romance.

https://www.infobae.com/deportes/2020/07/19/romance-eterno-hace-50-anos-bobby-fischer-encendio-la-pasion-por-el-ajedrez-en-buenos-aires/

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